martes, 3 de octubre de 2017

Inversores extranjeros en Cuba: premios indeseables

Un interesante libro testimonio acaba de ser publicado por un antiguo empresario extranjero radicado en la Isla

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LA HABANA, Cuba.- Durante mi actual visita a Miami, he podido leer un interesante libro escrito por Stephen Purvis, uno de los empresarios extranjeros radicados en Cuba que fueron encerrados hace pocos años por las autoridades castristas, so pretexto de supuestas irregularidades cometidas. Su título en inglés es sorprendente: “Close but no cigar”. Angloparlantes me indican que el sentido de esa frase es más o menos: “Estuviste cerca, pero te quedaste sin premio”.
En sus 256 páginas, el emprendedor británico narra, con abundantes detalles, las calamidades que sufrió durante su estancia de año y medio como huésped involuntario del gobierno comunista en islas del “Archipiélago DGP” (Dirección General de Prisiones del MININT). En particular, en el Cuartel General de la Seguridad del Estado (la tétrica “Villa Marista”) y en la cárcel para extranjeros de “La Condesa”.
Al igual que sucede con los reclusos de “El Primer Círculo” —la genial obra de Alexánder Solzhenitsin—, el empresario inglés y sus compañeros de infortunio gozaban, en esos centros represivos, de condiciones excepcionales. El autor de estas líneas puede hacer las comparaciones pertinentes, gracias a sus experiencias de años en prisiones políticas cubanas.
Veamos algunos de los “pequeños privilegios” que disfrutaba Purvis en esos centros. En “Villa Marista”: un ventilador, libros, comida propia, papel y pluma, correo y ¡hasta un televisor! En “La Condesa”: cancha de tennis, agua fría, casillas con llave, reloj, también ventiladores e incluso una cocina privada y un congelador ¡con carne y colas de langosta! (verdad que estas últimas prohibidas por los reglamentos).
¡Cosas impensables para un cubano! Al menos, para uno no proveniente de la nomenklaturacomunista (a condición —¡claro!— de que este último haya sido encarcelado por simples delitos comunes, no por causas políticas).
A pesar de esas ventajas nada despreciables, Don Stephen dedica calificativos de grueso calibre a esas prisiones: Define “Villa Marista” como “el Zoológico privado de Raúl”; de sus tres compañeros de celda y de sí mismo, comenta con amargura: “en lo esencial, éramos cuatro ratas atrapadas en un hueco”. Se hace eco de la lacónica respuesta —cínica pero exactísima—, que le da su instructor cuando, al saber que será trasladado hacia allá, le pregunta por las características de esa dependencia: “Pequeña”.
De la prisión de lujo de “La Condesa”, afirma que ofrecía “una similitud bastante alarmante con un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial, sólo que de concreto en vez de madera”. Sobre los usos allí imperantes, comenta con amargura: “Los guardias no te dicen cuáles son las reglas, pero cualquier infracción de ellas es punible”. Allí también sufrió la práctica —muy extendida en Cuba— de mezclar presos que esperan juicio con los sancionados ejecutoriamente a largas penas.
Más allá de lo anecdótico, Purvis describe la esencia de la represión arbitraria que tuvo que sufrir durante dieciocho meses. En este sentido, para comprender las razones que lo llevaron a viajar a Cuba (de inicio, por sólo un año), resulta harto esclarecedor el capítulo inicial. De manera original, le asignó a éste el inesperado número “menos uno”.
Allí narra los orígenes modestos de su familia, la medianía de su vida como arquitecto en Londres, la oportunidad que vislumbró de prosperar y de dar a sus hijos una “niñez aventurera” yendo a Cuba. Y esto a pesar de las advertencias ominosas (que después demostraron ser clarividentes) de familiares y amigos: “Estás completamente loco”.
“Lo peor que podía pasar”, pensaban Purvis y los suyos, era que, al cabo del año, tuviesen que regresar a Inglaterra “con las colas entre las piernas y algunas buenas fotos”. Los hechos les demostraron que estaban equivocados. “Lo que nos sucedió”, comenta él, “podría pasarle a quienquiera que desee salirse del camino en cualquier lugar; sólo que uno no puede imaginar que eso vaya a pasarte a ti”.
No hay espacio para narrar en detalle las desgracias y arbitrariedades que sufrió el empresario británico: la locura de su esposa, la huida de sus seres queridos al país natal, la zozobra experimentada por sus colegas como resultado de la injusta persecución, la inoperancia del defensor que nombró a precio de divisas, los supuestos amigos que le dieron la espalda, las ofertas tácitas de mejorar su situación si se convertía en chivato, sus esperanzas de que, “con suerte, ellos se contenten con robarse los activos de la compañía y dejarme marchar” .
Tampoco sería justo que yo entrara en esos pormenores, pues privaría a mis lectores del placer de sumergirse en el mar de coloridas descripciones que hace el autor sobre los atropellos que padeció.
“Close but no cigar” ofrece interés para cualquiera, pero de modo especial para los inversores potenciales que, sin prestar atención a los avatares del mismo Purvis, de Cy Tokmakián y de tantos otros que creyeron en los cantos de sirenas de los comunistas, apostaron por ese régimen, invirtieron en Cuba y perdieron de manera lastimosa.
A diferencia de lo que sugiere el título de ese testimonio, ellos sí han recibido premios: la persecución, la cárcel y el despojo.

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