miércoles, 17 de enero de 2018

Venezuela: Perniles no comestibles

Los súbditos de Nicolás Maduro constatan otra falsa promesa de su presidente

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Un grupo de personas protesta frente a miembros de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) el jueves 28 de diciembre del 2017, en Caracas (EFE)
LA HABANA, Cuba.- Este Fin de Semana se celebró el “Día de los Reyes Magos”. Con ese evento terminó el tiempo navideño. La ocasión, y la situación calamitosa que vive Venezuela (¡peor aún que la de Cuba, que es bastante decir!), dan pie para varios comentarios sobre ese país. Unos, dramáticos; otros, jocosos. Como acabamos de terminar la feliz temporada de Navidad, dejemos estos últimos para el final, y así concluir este trabajo con una nota alegre.
El pasado viernes, el diario El Nuevo Herald publicó en primera plana un reportaje sobre la criminalidad en la Patria de Bolívar. El planteamiento central es sencillo: Ante la hiperinflación que impera en el país sudamericano debido a las locas políticas económicas del “socialismo del siglo XXI”, la delincuencia desprecia los desvalorados bolívares y muestra su predilección por los vulgares comestibles.
Tienen razón los amigos de lo ajeno al repulsar la moneda venezolana. Hace algunas semanas, esta rebasó la increíble tasa de cien mil por un dólar. En esas condiciones, harían falta maletas de dinero para excitar la codicia de un malhechor. Los criminales prefieren como botín una simple bolsa de comida. Esta misma es el mayor aliciente que los pandilleros emplean como instrumento para reclutar a nuevos jóvenes, desesperados frente a una situación a la que no le ven salida.
En medio de ese cuadro, el canal TeleSur, especie de Ministerio de Propaganda del régimen, hizo gala en días pasados de una desfachatez antológica, al transmitir un reportaje sobre el poblado de El Hatillo, en los alrededores de Caracas. La pequeña villa posee una larga tradición en la fabricación y venta de derivados del cerdo, la cual se mantiene pese al chavismo. Los cotorrones de TeleSur mostraban los apetitosos embutidos a los espectadores de Nuestra América. Sólo omitieron un pequeño dato: un venezolano normal, con su salario de hambre, no puede ni soñar con visitar ese lugar.
En un plano supraestructural, el mismo Maduro intervino en el tema. Eso es algo natural en estas tierras de socialismo, donde se supone que el gobierno se ocupe de la producción de alimentos, lo cual constituye una garantía de desabastecimiento y carestía. Supuestamente, desde el Palacio de Miraflores se dio la orden de importar perniles de cerdo, que serían vendidos a los famélicos venezolanos a precios subsidiados. Según el exguagüero, de inmediato entró en acción el inevitable “imperialismo yanqui”.
Conforme a su dicho, las contrataciones hechas en Portugal fueron interferidas, y el gobierno lusitano habría cedido a las presiones de Washington. “Nos sabotearon”, dijo el mandamás. El desmentido no se hizo esperar. En Lisboa, el Ministro de Relaciones Exteriores rebatió al líder venezolano. El canciller lusitano, azorado, sólo atinó a decir una obviedad: “Vivimos en una economía de mercado, y los temas de exportación competen a las empresas”. Después se supo que la realidad es mucho más vulgar: la compañía porcina Raporal no había realizado los suministros debido a que el gobierno maruga de Caracas todavía le adeuda 40 millones de euros por suministros de hace un año.
Pero Maduro y su gente no son de los que se arredran por una bobería como ésa. Con gran rapidez brincaron el Atlántico, y el Día de los Santos Inocentes la acusación de turno le correspondió hacerla a Freddy Bernal, quien arremetió contra el gobierno de la vecina Colombia: “Hace siete días mantiene retenido los perniles en la frontera”, fue la razón dada para el repetido fiasco. Como una nueva zorra que desprecia las uvas verdes, el inquilino de Miraflores increpó a los colombianos: “Quédense con sus perniles podridos por allá”.
En resumen, los infelices venezolanos oyeron hablar muchísimo, y desde las más altas tribunas, sobre apetitosos cuartos traseros de cochino. Pero no los vieron; y todavía menos entraron en contacto con ellos. El atracón del manjar tradicional de Fin de Año tuvo en este caso un carácter puramente retórico y virtual. Esto dio pie a que muchos súbditos desobedientes de Maduro echaran mano a lo que el gran Carpentier, refiriéndose a los hispanoparlantes en general, denominara “el buen humor de los de su raza”.
Llovieron los tuits. En uno, se acusa al popular personaje interpretado por Johnnie Depp: “Jack Sparrow y El Perla Negra sabotearon el buque que traía los perniles de Portugal”.  En otro aparecen seis puerquitos que nadan con diligencia hacia la orilla tras el supuesto hundimiento del barco que los transportaba.
Como Maduro metió a Portugal en su potaje, un tercer trino introduce en la ecuación a Cristiano Ronaldo, hoy sin dudas —dicho sea con perdón de António Guterres— el más famoso hijo de esa tierra. El gran futbolista es mostrado cargando uno de los fantasmagóricos cuartos de puerco. El internauta acusa sin contemplaciones al astro de Madeira de haber interceptado el codiciado producto cárnico.
Igual que los cubanos de su tiempo, para mofarse de los falsos planes triunfalistas del entonces joven Castro, se sacudían del hombro un imaginario hollín —fruto de la mentirosa “industrialización” dirigida por el Che Guevara—, así también los venezolanos de hoy emplean el recurso de la burla para enfrentarse a las barbaridades del chavismo.

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