jueves, 8 de febrero de 2018

Padura, los goles y la sordina

El escritor cubano siempre simula que dice lo que en realidad no llega a decir

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LA HABANA, Cuba.- Méritos literarios aparte –que tiene bastantes-, muchos admiran en Leonardo Padura, el más leído de los escritores cubanos vivos, su destreza para lograr anotarse goles en la cancha de la censura castrista.
Padura ha sumergido la crítica social y lo político en el fondo de las ocho novelas policiales de Mario Conde, que él califica como “falsos policiales”, donde aprovecha  para decir lo que quiere.
Según Padura: “Conde ha sido absolutamente generoso, prestándome su voz para expresar muchas cosas que pienso, siento y vivo. Es un compendio de mis esperanzas y frustraciones.”
Según Padura, hace como John Updike con su personaje Conejo: reflejar la vida en su país.
Con un tono amargo y crudo debidamente dosificado, Padura aparenta decir más de lo que en realidad dice. Cuando presiente que se acerca a la señal de peligro, justo ahí, frena en la esquina, saca la mano y dobla, casi siempre a la izquierda. Porque Padura, como no, es un hombre de izquierda. Ha expresado su temor de que se pierda lo mejor de la condición humana si se deja de soñar utopías. Se entiende. El discurso de izquierda, en dosis razonables, aun es de buen gusto, y en muchos temas, hasta útil y necesario. Sobre todo para las academias.
Pero no hay que exagerar con el discurso zurdo, como hizo Padura cuando a propósito de su novela El hombre que amaba a los perros, lamentó el derrumbe del socialismo real, al que calificó como “…un sueño colectivo que se frustró, como tantas otras utopías a lo largo de la historia… el sueño de construir un mundo más justo, donde los hombres pudieran vivir con libertad, igualdad, fraternidad, en una sociedad donde imperara el máximo de libertad en el máximo de democracia”, para luego sentenciar: “Si otra vez perdimos ese sueño, todavía nos queda, no ya el derecho, sino la obligación de volver a soñarlo, pero desde la experiencia del fracaso.”
¡Apretó Padura con eso! ¡Volver a soñar con el fracaso para seguir repitiéndolo! ¡Retomar la pesadilla en el punto que se quedó y seguir soñando con rejas y carceleros!
¿Quién sospecharía en un tipo libertario como Padura ese afán masoquista por el cilicio rojo?
Solo esa tendencia de Padura a la automortificación explicaría la credulidad en la perfectibilidad del socialismo a lo castrista que muestra en sus comentarios sobre Cuba para la prensa extranjera.
Padura, cuando responde a las preguntas de los periodistas extranjeros, es mucho más sosegado en sus opiniones que Mario Conde y sus machucados, amargados y desencantados amigos. Es como si no viviera en Mantilla.
No es que se Padura se apegue al pie de la letra al guión oficial, sino que como los actores más ingeniosos y creativos, improvisa, introduce morcillas, se muestra abierto. Y siempre simula que dice lo que en realidad no llega a decir. Así, a su manera, se pone en sintonía con esos intelectuales y artistas que pretenden gozar de cierta apertura bajo el raulismo.
Cuando los escucho a ellos y a otros oportunistas, me da la impresión de que se comportan como se hace cuando uno sabe que le están corriendo una máquina, pero para no quedar como un tipo pesado y falto de humor, sigue la corriente y no se sale del chiste.
Recientemente, entrevistado por el diario español El País a propósito de su próxima novelaLa transparencia del tiempo, Padura afirmó que con Trump se ha vuelto a la pesadilla en Cuba. .¿Y cuando había terminado esa pesadilla, que no nos enteramos ? Es cierto que con el restablecimiento de las relaciones con los Estados Unidos y la visita de Obama hubo muchas ilusiones entre los cubanos, pero no pasaron de ser eso: ilusiones.
Será porque como dice Padura, “el acercamiento con los Estados Unidos empezó a poner muy nerviosas a las estructuras de poder”, pero la situación de los cubanos no mejoró, sino todo lo contrario: con tanta paranoia oficial como hubo luego de la visita de Obama y particularmente de su discurso en el Gran Teatro Nacional, todo se hizo más difícil para los opositores, los cuentapropistas y los que el régimen calificó como “centristas”.
Es cierto que con Trump todo se ha hecho más difícil, solo que ahora también lo es para los generales y coroneles de las empresas militares y para los cubanos que aspiran a conseguir una visa norteamericana para emigrar a los Estados Unidos. Padura no está en ninguna de esas dos categorías. Entonces, ¿a qué pesadilla se refiere? ¿Será al discurso de plaza sitiada que han retomado los mandamases, al reforzamiento del sector más inmovilista del régimen?
Es fácil atacar a alguien como Donald Trump, que no goza de las simpatías de las personas medianamente sensatas. Y Padura no pierde la oportunidad de tirarle una escupida. Como si fuese de Trump y su política hacia Cuba, y no de la terca camarilla verde olivo, la responsabilidad por nuestros males presentes.
Dice Padura: “En estas novelas no está la verdad —porque no hay una, sino muchas verdades— pero puedo garantizar que tampoco hay mentiras. Conde, su mundo y la forma de expresarlo se corresponden a una realidad sobre la cual yo no miento nunca.”
A la larga, tanto escudo retórico y apoyaturas históricas para poner sordina, guantes y careta a lo que dice, parece que termina por abrumar y deprimir a Padura. En la entrevista con El País, el escritor dice sentirse como su personaje Mario Conde, parte de una generación que vivió una vida equivocada y que no tuvo alternativas. “Ahora somos demasiado viejos para reciclarnos y demasiado jóvenes para morir”, dice Padura. Recuerda al motorista de aquella vieja canción de Jethrotull. Qué lástima.

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